En 1967, los obreros que construían una pista de aterrizaje cerca de la mítica ciudad maya de Chichén Itzá, en Yucatán (México) descubrieron una cavidad subterránea llena de huesos humanos. Los restos se recogieron, la cueva se destruyó, y desde entonces el hallazgo ha constituido uno de los mayores enigmas sobre la cultura maya. La corta edad de los más de 100 muertos impedía saber si eran niños o niñas, para frustración de los investigadores que intentaban entender por qué este pueblo realizaba frecuentes sacrificios humanos. Ahora, el análisis del ADN de 64 de esas víctimas ha permitido aclarar quiénes eran y especular por qué los mataron.