Con las estrellas nos ha ocurrido como con el Universo, cuando comenzamos a entender su funcionamiento aprendimos que no siempre han estado ahí. Nuestro propio Sol proporciona la evidencia de su naturaleza perecedera. Consume hidrógeno en reacciones termonucleares a un ritmo de 100 millones de toneladas por segundo, por eso brilla. Aunque tiene una gran cantidad de masa, esta no es infinita. La conclusión es obvia: el Sol ni siempre ha estado brillando, ni lo hará para siempre.