Suele ocurrir cuando una canción o una película nos tocan la fibra sensible. También al recordar eventos (heroicos, altruistas…) que echaron sólidas raíces en nuestra memoria. O al vivir instantes personales intensos, como un abrazo muy sentido, un abrumador sentimiento de pertenencia, o una poderosa conexión con otros seres o con la inmensidad de la naturaleza. A veces, el estímulo que los provoca se antoja melancólico. Puede incluso que contenga cierta dosis de desamparo. Pero la respuesta fisiológica nos resulta tan placentera como esquiva al tratar de explicarla.