En el árbol de la vida hay una ley que siguen casi todas las criaturas: crecen y crecen hasta llegar a la edad reproductiva y, una vez alcanzada, detienen su crecimiento para dedicarse a procrear. Esta norma biológica tiene en su base un cambio en el flujo energético. Obtenida de los nutrientes ingeridos, algunos han propuesto que la energía que se dedicaba al desarrollo propio se reorienta hacia la nueva generación. Ahora, un grupo de científicos ha calculado el coste metabólico de asegurar el futuro de la especie y la humana es de las que más julios (la unidad básica para medir la energía) dedica a tener sus hijos.