Si mira a su alrededor, está rodeado de tecnología que probablemente no sepa cómo funciona y, si lo sabe, no sería capaz de reproducir. Y no solo hablamos de los complejos chips del teléfono móvil. La tinta que impregna las páginas de un libro, el tejido sintético de una camiseta o una llave metálica requieren una cantidad de conocimiento ingente y combinado, que está distribuido entre muchas personas y apareció por la acumulación de saberes a lo largo de incontables generaciones. Esa capacidad para adquirir conocimientos de los ancestros y pasarlos a los descendientes después de añadir alguna mejora, y de hacerlo con precisión, más allá de la copia a bulto de lo que hacen otros, que se ha visto en chimpancés y monos, es una de las habilidades que aún parecen exclusivas de la humanidad.