Pasados unos meses del nacimiento de su segunda hija, a la que llamaron Abril, Daniel y María Montaña decidieron recurrir a experimentos cada vez más ruidosos. Primero cerraron puertas, luego dieron verdaderos portazos, pusieron música a todo volumen, estallaron globos sin previo aviso. Pero su hija ni se inmutó, para sorpresa de su hermana mayor, María, que se sobresaltaba cada vez. Un tiempo después, en noviembre de 2023, los médicos les confirmaron que la niña apenas podía oír y que la pérdida iría en aumento. La culpable, les contaron, era una mutación genética poco frecuente que afecta a un gen esencial para que el sonido llegue al cerebro.