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Por: Yolanda Hernández López

Cada diciembre, Yecla se viste de solemnidad y emoción para celebrar una de sus fiestas más singulares y profundas: las Fiestas de la Virgen del Castillo, conocidas popularmente como La Purísima. Declaradas de Interés Turístico Nacional, estas fiestas son el reflejo vivo de la devoción de un pueblo que, generación tras generación, mantiene encendida la llama de una tradición que emociona a todo aquel que la presencia.
Un legado de siglos
Más de 375 años de historia contemplan a la Purísima de Yecla, cuyo origen se remonta a una promesa hecha por los yeclanos en tiempos de peste. Desde entonces, cada año, la ciudad cumple su voto con actos que combinan fervor religioso, rituales militares y manifestaciones populares únicas.
Durante más de una semana, Yecla late al ritmo del redoble de tambores, del estampido de arcabuces y de las melodías solemnes de las marchas procesionales. Una sinfonía singular que resuena en sus calles empedradas y llena de emoción a quienes tienen la fortuna de vivirla.

El sonido de la devoción
Uno de los rasgos más impactantes de La Purísima es, sin duda, el uso del arcabuz. Miles de disparos, perfectamente coordinados, acompañan a la Virgen en sus procesiones, en una impresionante demostración de fe y respeto. El olor a pólvora, el humo en el aire, el estruendo que hace vibrar el pecho… todo se convierte en una experiencia sensorial única.
Los “Tiradores” visten el tradicional traje oscuro, con banda azul al pecho, y ofrecen sus salvas a la patrona en un gesto de agradecimiento y veneración que no deja indiferente.

Momentos que marcan el alma
Las fiestas comienzan con la tradicional «Bajada» de la Virgen del Castillo hasta la Basílica de la Purísima, acompañada de salvas y vítores. Y no hay yeclano que no se emocione en la «Alborada», cuando los primeros disparos rasgan el silencio de la madrugada para anunciar que la fiesta ha comenzado.
La «Procesión de la Subida», en la que la imagen regresa a su santuario, es el broche de oro de unos días donde cada gesto, cada mirada y cada disparo llevan consigo siglos de historia y devoción.

Más allá de la fiesta
Pero La Purísima es mucho más que pólvora y procesiones. Es reencuentro, emoción compartida, memoria colectiva. Es el orgullo de un pueblo que se reconoce en sus tradiciones y que abre sus brazos a quienes desean vivir, aunque sea por unos días, el alma profunda de Yecla.
Entre los actos religiosos, las misas, los himnos y las ofrendas, también hay tiempo para descubrir el rico patrimonio de esta ciudad, su exquisita gastronomía y la calidez de sus gentes, que hacen de cada visita una experiencia inolvidable.

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