
A Different Man es una curiosa fábula que toma una multitud de direcciones durante su metraje y se mueve entre géneros diferentes. La película de Aaron Schimberg, que resulta a la vez incómoda y divertidamente singular, a menudo se despliega como un híbrido: funcionando en ocasiones como una versión inversa de Frankenstein, como una sátira trágica sobre la vida del artista, o incluso como un drama de relaciones que se desemboca en lo absurdo. En su intento ambicioso y brillante, el filme busca mezclar todos estos elementos en una atmósfera inquietante, casi como si las creaciones surrealistas de Charlie Kaufman se fusionaran con un episodio de un capítulo de Black Mirror. El resultado es un retrato sombrío, cómico y profundamente perturbador sobre un hombre desfigurado, que al mismo tiempo, se convierte en un reflejo implacable de una industria obsesionada con la apariencia física.
Si A Different Man arranca en la línea de películas dramáticas como Wonder, El hombre elefante y muchas otras sobre cómo las personas de aspecto físico atípico también tienen sentimientos, casi inmediatamente empieza a utilizar esa lástima contra el público: como un impedimento para la empatía, en lugar de como un camino hacia ella. El espectador se sentirá mal por el protagonista cuando esta película llegue a su perfecta traca final, pero no por las razones que crees. Si la primera escena del filme nos provoca una empatía inesperada por Edward (al que da vida un fabuloso Sebastian Stan), no tanto por su neurofibromatosis (que causa el crecimiento de tumores no cancerosos en su rostro), sino por la situación en la que se ve obligado a participar: su enfermedad le obliga a aceptar un papel en un anuncio de servicio público que trata sobre los protocolos para trabajar con personas desfiguradas.
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