Por admin
Imagen de un aerogenerador en lo alto de una colina al borde de una ría

El pasado 28 de abril fuimos testigos de un evento indeseado: el fallo de todo un sistema eléctrico, una de las infraestructuras más complejas y costosas jamás construidas por la humanidad. Este tipo de sistema agrupa a miles de profesionales de diversas áreas –ingeniería, economía, operaciones, mantenimiento, y más– que colaboran día a día para que la electricidad fluya de forma continua, invisible y silenciosa desde las plantas generadoras hasta los millones de consumidores.

Algo claramente salió fuera de lo previsto, provocando consecuencias de gran alcance. Aunque ahora abundan las hipótesis, necesitaremos días o incluso semanas para comprender con certeza lo ocurrido. Para aproximarnos a una explicación, conviene repasar cómo funciona y se mantiene en equilibrio un sistema eléctrico moderno.

La red eléctrica está diseñada para mantener, en todo momento, un balance preciso entre la energía generada y la consumida. Cuando este equilibrio se rompe, incluso por milisegundos, pueden producirse inestabilidades transitorias. Si el desequilibrio persiste más allá de unos pocos segundos, el riesgo de un colapso del sistema se incrementa considerablemente.

El sistema eléctrico es un ecosistema económico sofisticado. Funciona mediante diferentes mercados, principalmente el mercado de energía (que define el mix de generación horaria) y el mercado de servicios de ajuste (que garantiza el equilibrio en tiempo real incluso ante contingencias). Estos mercados buscan minimizar el coste global de la energía, pero la incorporación creciente de renovables –que, una vez instaladas, generan a coste marginal cero– aumenta la necesidad de servicios auxiliares para asegurar la estabilidad del sistema. En otras palabras, lo que se gana en eficiencia económica puede requerir mayores inversiones en fiabilidad operativa.

Queda claro que, para garantizar la fiabilidad de los sistemas eléctricos bajo condiciones operativas cada vez más exigentes, necesitamos repensar los principios tradicionales de operación. No se trata solo de adaptarse, sino de definir nuevas especificaciones para un sistema, un producto vital, que evoluciona rápido y del que todos dependemos. Y hay que invertir.