Lisboa: Un paseo entre tranvías y sabores
Desde el momento en que pisé Lisboa, supe que esta ciudad tenía algo especial. Las calles empedradas del barrio de Alfama me invitaron a perderme entre sus casas coloridas y balcones llenos de flores. Subí al famoso tranvía 28, que chirriaba al tomar las curvas estrechas, y me llevó por colinas que ofrecían vistas impresionantes del río Tajo.
Una tarde, me detuve en una pequeña tasca donde probé el bacalhau à Brás, un plato típico que combinaba bacalao desmenuzado con patatas y huevo. El sabor era reconfortante, como si la ciudad me abrazara. Por la noche, me aventuré a escuchar fado en un local íntimo; la melancolía de la música me tocó el alma.
Lisboa me enseñó a disfrutar de los pequeños momentos: un café en una terraza, una conversación con un local amable, o simplemente observar la vida pasar desde un mirador.



¡Aquí te dejo una lista de música que te hará sentir que estas allí…!
Malta: Descubriendo joyas en el Mediterráneo
Mi llegada a Malta fue como entrar en un cuento. Las murallas de La Valeta se alzaban majestuosas, y al caminar por sus calles, sentí que cada rincón tenía una historia que contar. Me alojé en una casa compartida en Mosta, cerca de la Rotonda, y desde la azotea disfrutaba de atardeceres que pintaban el cielo de tonos naranjas y rosados.
Una de las experiencias más memorables fue un crucero al Blue Lagoon. Las aguas cristalinas y la tranquilidad del lugar me hicieron sentir en paz. También exploré Mdina, la ciudad silenciosa, donde las calles estrechas y la arquitectura medieval me transportaron a otra época.
Malta me ofreció una mezcla perfecta de historia, belleza natural y calidez humana. Cada día era una nueva aventura, y cada encuentro, una oportunidad para aprender algo nuevo.



Iași, Rumanía
Iași fue una de esas ciudades que no esperaba que me sorprendiera tanto. Nada más llegar, sentí una mezcla de calma y profundidad histórica. Caminando por sus calles empedradas, descubrí palacios, iglesias ortodoxas y cafés con encanto donde el tiempo parecía ir más lento. El Palacio de la Cultura me dejó sin palabras, tanto por su arquitectura como por todo lo que representa para la historia del país.
Recuerdo haber pasado una tarde leyendo en los jardines botánicos, disfrutando de la tranquilidad y de un entorno que parecía sacado de una novela. También me impresionó lo viva que es la ciudad gracias a su ambiente universitario: muchos jóvenes, vida cultural, eventos, conciertos… pero sin perder nunca ese aire tradicional y sereno.
Iași me hizo reconectar con el valor de lo sencillo y lo auténtico. Me fui con el corazón lleno y la sensación de haber visitado un lugar que te abraza desde la historia pero te inspira hacia el futuro.


