Una vida entre huertas, vecinas y café de olla
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👵 Una vida entre huertas, vecinas y café de olla
Catalina nació un mediodía de agosto de 1944, en una casa rodeada de limoneros y campos de cultivo, en pleno corazón de la huerta murciana. “El calor era tan grande, que cuando salí del hospital mi madre me envolvió en una toalla mojada”, cuenta entre risas, con esa mezcla de humor y ternura que solo tienen las abuelas que han vivido mucho. Desde pequeña, aprendió a moverse entre los bancales de tomates, las matas de pimientos y los caminos de tierra que conectaban las casas de vecinos. Su infancia se llenó de juegos improvisados, meriendas bajo la parra, el olor a pan recién hecho y las charlas al fresco al caer la tarde.
Hoy, ocho décadas después, Catalina sigue viviendo en la misma casa de la huerta. “Aquí lo tengo todo: el olor del azahar, las risas de los niños que corren entre los árboles y los recuerdos de toda una vida”, dice mientras señala el limonero que plantó su padre. Allí ha criado a sus hijos, ha visto crecer a sus nietos y ahora espera con ilusión poder contarle historias a sus bisnietos. Asegura que, aunque han pasado los años, nada la haría más feliz que ver a las futuras generaciones disfrutar de la vida sencilla y auténtica que la huerta ofrece.
🌿 El alma de una Murcia que cambia, pero no olvida
Catalina ha sido testigo de una transformación profunda. Ha visto cómo su alrededor se llenaba de carreteras, barrios nuevos, tranvías y centros comerciales. Aun así, hay cosas que, para ella, siguen igual. “Murcia no se entiende sin la huerta, sin una marinerica, sin el murmullo del río ni sin el saludo de un vecino que no te conoce pero te llama ‘bonica’.” Sus palabras reflejan una forma de entender la vida que no aparece en los mapas ni en los anuncios turísticos, pero que está en la raíz de todo.
Recuerda con cariño cómo ayudaba a su madre a preparar los paparajotes, los michirones o el zarangollo con ingredientes recogidos del campo. Pero su época favorita del año eran las Fiestas de Primavera. “Era la semana más feliz del año. Todo se llenaba de color, de música y de vida”, dice con los ojos brillantes. Le apasionaban las peñas huertanas, bailar jotas y cantar parrandas con sus vecinas hasta que se hacía de noche. Aunque ya no puede moverse con la agilidad de antes, cada vez que oye sonar una rondalla, su pie se mueve solo, como si el cuerpo recordara lo que el tiempo intenta hacer olvidar.
Ahora, Catalina sigue saliendo cada tarde a su puerta con una silla de anea. Desde allí observa el ir y venir del barrio, da consejos a las madres primerizas, ofrece higos o limones de su árbol a quien pase por delante, y siempre tiene una historia preparada para quien se detenga a escucharla. “He sido feliz con poco. Mi casa, mi familia y esta huerta que me lo ha dado todo”, resume con una sonrisa serena.
💬 Una historia sencilla, pero auténtica murciana
Catalina representa a muchas mujeres que han sido el corazón silencioso de nuestra tierra. Sin buscar reconocimiento, han sostenido la vida cotidiana, han transmitido valores, recetas, canciones y han mantenido vivo el espíritu de comunidad. Su historia no es extraordinaria por grandes gestas, sino por su autenticidad, por lo mucho que nos dice con lo poco que necesita.
¿Y tú? ¿Tienes una Catalina en tu vida?
👵 Una vida entre huertas, vecinas y café de olla
Catalina nació un mediodía de agosto de 1944, en una casa rodeada de limoneros y campos de cultivo, en pleno corazón de la huerta de Murcia. “El calor era tan grande, que cuando salí del hospital mi madre me envolvió en una toalla mojada”, cuenta entre risas, con esa mezcla de humor y ternura que solo tienen las abuelas murcianas que han vivido mucho. Desde pequeña, aprendió a moverse entre los bancales de tomates, las matas de pimientos y los caminos de tierra que conectaban las casas de vecinos. Su infancia se llenó de juegos improvisados, meriendas bajo la parra, el olor a pan recién hecho y las charlas al fresco al caer la tarde.
Hoy, ocho décadas después, Catalina sigue viviendo en la misma casa de la huerta murciana. “Aquí lo tengo todo: el olor del azahar, las risas de los niños que corren entre los árboles y los recuerdos de toda una vida en Murcia”, dice mientras señala el limonero que plantó su padre. Allí ha criado a sus hijos, ha visto crecer a sus nietos y ahora espera con ilusión poder contarle historias a sus bisnietos. Asegura que, aunque han pasado los años, nada la haría más feliz que ver a las futuras generaciones disfrutar de la vida sencilla y auténtica que esta tierra ofrece.
🌿 El alma de una Murcia que cambia, pero no olvida
Catalina ha sido testigo de cómo Murcia ha cambiado. Ha visto cómo su alrededor se llenaba de carreteras, barrios nuevos, tranvías y centros comerciales. Aun así, hay cosas que, para ella, siguen igual. “Murcia no se entiende sin la huerta, sin una marinerica, sin el murmullo del río ni sin el saludo de un vecino que no te conoce pero te llama ‘bonica’.” Sus palabras reflejan una forma de entender la vida murciana que no aparece en los mapas ni en los anuncios turísticos, pero que está en la raíz de todo.
Recuerda con cariño cómo ayudaba a su madre a preparar los paparajotes, los michirones o el zarangollo con ingredientes recogidos del campo murciano. Pero su época favorita del año eran las Fiestas de Primavera. “Era la semana más feliz del año en Murcia. Todo se llenaba de color, de música y de vida”, dice con los ojos brillantes. Le apasionaban las peñas huertanas, bailar jotas, cantar parrandas y disfrutar de lo más tradicional de su tierra. Aunque ya no puede moverse con la agilidad de antes, cada vez que oye sonar una rondalla murciana, su pie se mueve solo, como si el cuerpo recordara lo que el tiempo intenta hacer olvidar.
Ahora, Catalina sigue saliendo cada tarde a su puerta con una silla de anea. Desde allí observa el ir y venir del barrio, da consejos a las madres primerizas, ofrece higos o limones de su árbol a quien pase por delante, y siempre tiene una historia preparada para quien se detenga a escucharla. “He sido feliz con poco. Mi casa, mi familia y esta huerta de Murcia que me lo ha dado todo”, resume con una sonrisa serena.
💬 Una historia sencilla, pero auténtica de Murcia
Catalina representa a muchas mujeres de Murcia que han sido el corazón silencioso de esta región. Sin buscar reconocimiento, han sostenido la vida cotidiana, han transmitido valores, recetas, canciones y han mantenido vivo el espíritu murciano. Su historia no es extraordinaria por grandes gestas, sino por su autenticidad, por lo mucho que nos dice con lo poco que necesita.
¿Y tú? ¿Tienes una Catalina en tu vida? ¿Una abuela, vecina o tía que represente esa Murcia que a veces olvidamos pero que siempre está ahí?
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