La vida humana se rige por un ritmo circadiano (alrededor de 24 horas) que se controla desde un diminuto reloj biológico situado en el cerebro. A partir de los estímulos de luz que entran por la retina, ese dispositivo molecular se sincroniza y da la hora al resto del organismo para que actúe en consecuencia. No es lo mismo la noche que el día, ni para los ojos, ni para el hígado, la piel o el páncreas. Los relojes periféricos, situados en órganos y tejidos, reciben ese compás del cronómetro central y se regulan para poner en marcha unas u otras funciones, según la hora que sea. Como una especie de orquesta en sintonía, todos esos instrumentos moleculares que manejan los ritmos circadianos se comunican, interactúan y trabajan, a su vez, con la autonomía necesaria para hacer funcionar el organismo. Así funciona el engranaje de la vida.